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Te extraño


En las sombras de la tarde, me encuentro caminando por el antiguo parque donde las risas infantiles solían llenar el aire. Era el mismo parque, el mismo pueblo pero ya nada era igual. El corazón pesa, la tristeza pesa, y apenas queda nada que la pueda disipar. 

Cuando la pena toca mi alma busco refugio en momentos compartidos, en sonidos, en olores, en lugares, en ese parque y en ese banco bajo el árbol donde, en un tiempo, compartí innumerables tardes con mi abuelo.

Me siento, cierro los ojos y dejo que los recuerdos me envuelvan. Por un instante temo no poder recordar, pero no, ahí están, aparecen en mi memoria imágenes de mi infancia, vuelven a mi mente esas historias que mi abuelo solía contarme. Tengo miedo a olvidar su voz.

En ese mismo instante, un hombre mayor se sentó en el mismo banco. Sus ojos reflejaban la carga de la vida, en su mirada se podía percibir la tristeza que también pesaba sobre él.

"Cada uno, a veces en la vida, hace lo que puede. Hay gente que vive y hay gente que, desgraciadamente, durante algunos momentos de la vida sobrevive, porque no puede hacer más", expresó el anciano con una voz cargada de experiencias.

Esas palabras resonaron en mi corazón como recuerdo de algo ya casi olvidado, y durante un rato, en esa tranquila tarde, el desconocido y yo compartimos penas y alegrías en un agradable momento de conversación.

Juntos, en ese rincón del parque, compartimos la carga de la vida y encontramos consuelo mutuo. Aunque no pudiéramos cambiar el pasado, revelamos que la comprensión y la empatía eran pequeños actos que podían marcar una gran diferencia. En ese encuentro casual, ambos hallamos un momento de alivio en la compañía del otro.

M. Nogueras







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