En el pueblo, cada calle se convierte en un sendero de nostalgia que me guía a través de los recuerdos que duermen en mi memoria. Y esa casa, tu casa, despierta en mi memoria veranos casi olvidados, de una época llena de calidez y alegría, esa casa me trae tu recuerdo cada vez que vuelvo a visitarla. Entre sus paredes, encuentro el eco de tu presencia, un refugio donde volver por un instante.
Y allí están, tus margaritas, esas que, bajo tus cuidados, florecían en el jardín y que ahora permanecen como guardianas silenciosas de tantos momentos de mi infancia.
No sé que tienen las margaritas, ¿verdad abuela?, ellas siempre me recuerdan a ti.
Sonrío mientras recuerdo esas tardes de verano, el bullicio de la chiquillería que resonaba en las calles, juegos improvisados y esas noches a la fresca sentadas en el porche. Reunión en la puerta después de la cena mientras la tía y tú nos contabais historias de hace muy poco y ahora ya…, lejanas.
.- Venga, a la cama
.- Abuela, no tengo sueño ¿me cuentas un cuento?.
.- no me sé ninguno, si quieres te rezo.
Cada jornada concluía con rezos para dormir. La abuela, entre susurros, guiaba las plegarias mientras cerraba los ojos con la esperanza de soñar con mundos llenos de aventuras y alegrías.
Aunque los veranos pasan, las margaritas siguen floreciendo en el jardín de la abuela, me recuerdan que los tiempos de inocencia y magia siempre vivirán en mi memoria. Así, con el corazón lleno de nostalgia y gratitud, continuaré mi paseo, llevando conmigo el aroma de las margaritas y los tesoros de un verano eterno en el pueblo.

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